Un monocultivo en agricultura se define como la utilización del terreno disponible para la siembra, con una sola especie vegetal sin rotación de cultivo alguno (rotación con otros vegetales). A diferencia de los monocultivos, los denominados intercultivos realizan ciclos de rotación con diversos motivos que van desde lo económico, político, ambiental, social y cultural. El establecimiento de los monocultivos a gran escala industrializada se remontan a la época colonial europea entre 1500 y 1800, y se expandió con la revolución industrial que introdujo la mecanización a la agricultura a finales del siglo XIX y la introducción de los pesticidas a principios del siglo XX1. Algunos ejemplos de los cultivos más empleados son la caña de azúcar, la soya, la palma africana aceitera y el pino. Esta expansión industrializada de los monocultivos se realizó desde entonces a expensas de los sistemas de diversificación de cultivos agrícolas. Es por ello que muchos gobiernos, compañías y fundaciones han utilizado la bandera de “revolución verde” para introducir una serie de sistemas integrados de pesticidas, fertilizantes químicos y variedades uniformes genéticamente modificadas de cultivo a nivel internacional1.
La continuidad de los monocultivos lleva consigo una carga histórica-cultural que también ha impactado negativamente en el medio ambiente. Una de las consecuencias de la adopción de un sistema de monocultivo en la siembra es la reducción en el rendimiento de la producción de la cosecha, como bien documentaron Lixiao et al en los cultivos de arroz2 . Otras afectaciones incluyen el quebranto de los cultivos tradicionales, mayor contaminación, cambios al ciclo del agua, disminución de la variabilidad genética de las especies vegetales, amenazas a la biodiversidad y a los hábitos agrícolas de los pueblos originarios3.
Los denominados Sistemas Agrícolas Diversificados (SAD) -como los inter o policultivos- se han posicionado como opciones potencialmente más sustentables y amigables con el medio ambiente que los monocultivos industriales. Entre los beneficios de las prácticas de SAD se incluye la biodiversidad funcional a escala espacial y/o temporal para mantener servicios del ecosistema que proveen materia de insumos críticos como la fertilidad del suelo, control de plagas y enfermedades, eficiencia en el uso del agua, y la polinización4. Si bien la diversificación de los cultivos es un objetivo importante en política agronómica para facilitar la adaptación al cambio climático, los impulsores y el impacto de dicha diversificación varía considerablemente dependiendo de las combinaciones específicas de cultivos que siembra un agricultor5.
Si bien los monocultivos han sido una herencia histórica en la agricultura para aumentar la producción a gran escala, su perpetuación hasta la actualidad ha derivado en graves consecuencias ambientales, económicas, sociales, y culturales. La opción más viable sería sustituir dicho modelo por un sistema agrícola diversificado como el de intercultivos, el cual permite la rotación de las especies vegetales permitiendo así la biodiversidad, la polinización, el control de plagas, y el mantenimiento de la salud del suelo y del agua.
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