El dengue es una enfermedad viral transmitida por las hembras del mosquito Aedes aegypti y, en menor frecuencia, del mosquito Ae. albopictus. Ambos mosquitos también se conocen por ser transmisores del virus del chikungunya, la fiebre amarilla y el Zika1,3. El dengue es una enfermedad que genera un amplio rango de síntomas, y por ende, se puede clasificar en niveles. Por ejemplo, la infección por dengue puede no presentar molestias y las personas no se enteran que están infectadas (dengue a nivel sub-clínico), o la infección puede observarse como un refriado severo (dengue a nivel agudo). En otros casos, los síntomas incluyen sangrado severo, falla de órganos o fuga de plasma capilar. En casos severos, llega a existir el riesgo de muerte cuando no se da un tratamiento adecuado3. El dengue se ha expandido a través de los trópicos, con ligeras variaciones en sus síntomas, debido a las condiciones de lluvia, la temperatura, la humedad relativa y la rápida urbanización sin planeación adecuada.
En los 1970s, dicha enfermedad viral solo se conocía en 9 países, pero actualmente, el dengue está presente en 129 países y afecta a cerca de 96 millones de personas cada año, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
World Health Organization (2020)
Actualmente, el dengue es considera una enfermedad permanente en casi 130 países, pertenecientes a África, América, el Mediterráneo oriental, el sureste asiático y el Pacífico occidental3. Aproximadamente el 70% de la enfermedad global se concentra en Asia3. Sin embargo, el aumento de la temperatura en zonas anteriormente frías y geográficamente elevadas, ha permitido que el mosquito transmisor del dengue se reproduzca en el territorio. “Las acciones planteadas para el cambio climático deber incluir un esfuerzo internacional coordinado, para asegurar una respuesta efectiva frente a la lucha contra el dengue y otras enfermedades que aumentaran en un planeta cada vez más caliente«, en palabras del Dr. Raman Velayudhan2.
En un reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), se estima que las actividades humanas han causado un calentamiento global de aproximadamente 1°C con respecto a los niveles preindustriales. En otras palabras, si se considera el promedio de la temperatura global de los últimos 30 años (tomando como referencia el año 2017), el planeta ha experimentado un aumento de 1°C en su temperatura. Pudiera sonar una cantidad muy pequeña, incluso despreciable, pero la comunidad científica establece que a nivel atmosférico el vapor de agua aumenta en un 7% por cada grado centígrado de calentamiento4. Entonces las tormentas (tormentas eléctricas, lluvias extratropicales, tormentas de nieve, o ciclones tropicales), con mayor humedad producen precipitaciones más intensas, e incluso podrían generar más inundaciones5,6. Y es bajo estas condiciones de humedad y agua que el mosquito transmisor del dengue encuentra la oportunidad para reproducirse, expandir su territorio global, y lograr infectar a más personas.
La Organización Mundial de la Salud recomienda acciones preventivas para evitar la propagación del mosquito transmisor del dengue. Acciones como eliminar objetos que se encuentren a la intemperie y pudieran acumular agua, desinfectar adecuadamente los bidones donde se almacena agua para consumo humano, entre otras. Sin embargo, en nuestra cotidianidad podemos emprender acciones para frenar el cambio climático y disminuir la expansión del dengue, por ejemplo, desde nuestra alimentación. Nuestros hábitos alimenticios impactan en el medio ambiente, en el calentamiento global, el uso del suelo y el uso de recursos hídricos, la evidencia científica muestra que una alimentación omnívora con un alto consumo de productos cárnicos, es mucho más perjudicial para el planeta, que una alimentación omnívora centrada principalmente en plantas7,8.