El metano y el óxido nitroso son gases de efecto invernadero cuya producción está asociada a la industria ganadera y que contribuye mucho más al efecto de calentamiento global que el dióxido de carbono (CO2). Las emisiones de gas de efecto invernadero del sector agrícola contribuyen en un 22% del total de emisiones globales, siendo similar a la de la industria y superior a la del transporte; solamente la producción de ganado —que incluye alimentación y transporte— contribuye con un 80% de las emisiones del sector [1]. Una prioridad actual sería detener el incremento de las emisiones de gas invernadero de la agricultura, particularmente de la producción ganadera, ya que su contribución al calentamiento global por emisiones de gases de invernadero es altamente preocupante. Una de las estrategias consiste en eliminar o reducir significativamente el consumo de carne roja, lo cual paralelamente beneficiaría la salud de las poblaciones. Desafortunadamente, se estima que si no se emplean políticas para reducir el consumo de carne, la producción mundial de carne podría duplicarse de 229 millones a 465 millones de toneladas para el 2050, principalmente un incremento en países de bajo o medio ingreso [1]. Se realiza entonces un énfasis específico en sustituir la carne roja de rumiantes por carne de animales monogástricos o pescados alimentados con vegetales como un esfuerzo en reducir la producción de metano como consecuencia de la digestión anaerobia de los animales rumiantes [1]. En específico, la carne de aves y los huevos resultan ser productos cárnicos amigables con el clima respecto a emisiones de gases invernadero [2]. En contraste con lo anterior, los alimentos basados en vegetales, los cereales y las leguminosas presentan las más bajas emisiones de gas invernadero con la excepción de los productos transportados por avión [2].
De acuerdo con estimaciones realizadas por Hellen y Keoleian, la energía en los Estados Unidos utilizada para la producción de alimentos consistía en un 10.5% del total de la energía usada, y para el año 2002 ya empleaba el 17% de todos los combustibles fósiles [3]. Respecto al consumo de energía en cultivos y otras industrias de la agricultura (que incluye a los animales de granja y pesca), se reportó un incremento respectivo de 1% y 0.9% anual en promedio [4]. Lo anterior muestra que la producción alimenticia, basada en las decisiones nutricionales, representa un uso significativo y creciente de la energía. Sin embargo, existe una amplia diferencia en la producción de dióxido de carbono anual por persona dependiendo si se consume una dieta basada en derivados de animales o de plantas. Por ejemplo, un individuo que consume una dieta mixta con el valor promedio del contenido calórico de la dieta estadounidense, genera emisiones de 1,485 Kg de equivalentes de CO2 por encima de las emisiones asociadas con el mismo número de calorías, pero de origen vegetal [4]. Esto se traduce en una diferencia de más de 6% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero en los Estados Unidos.
La energía de fuentes fósiles es el principal suministro para los sistemas de producción, transporte, almacenaje y alimentación de la industria ganadera. Además, debe de considerarse la energía adicional requerida para el control de la temperatura (enfriamiento, ventilación y calentamiento) dependiendo del clima de la región, así como para el manejo de los desechos animales y su tratamiento [5]. Las estimaciones en el rendimiento de energía de ingreso respecto al de salida y alimento corresponden a 57:1 en cordero, 40:1 en res, 39:1 en huevos, 14:1 en cerdo y lácteos, 10:1 en pavo, 4:1 en pollo contra 1:4 en especie vegetal como el maíz [5]. Adicionalmente, se reporta que en promedio se requiere de 35 Kcal de energía de fuentes fósiles para producir tan siquiera 1 Kcal de proteína animal [6]. En términos reales, esto es 11 veces más energía de lo que se necesita para la producción de proteína de grano, la cual ronda en los 2.2 Kcal de energía fósil para 1Kcal de proteína vegetal producida [6].
La producción de alimentos de origen animal y vegetal requieren de energía (principalmente de fuente fósil) para satisfacer la demanda de los consumidores, incluyendo de por medio la manufactura, el transporte, el almacenaje y la distribución. No obstante, es indiscutible la mayor inversión energética y las consecuencias ambientales que la industria de la carne tiene sobre la de origen vegetal. Diferencias altamente significativas que van desde una contribución del 22% de las emisiones totales de gases invernadero, un 17% -y en aumento- del total de energía de fuente fósil para la producción, y un desproporcionado rendimiento de energía-alimento que requiere de 11 veces más energía para proteína animal que la vegetal. Es entonces más que evidente la necesidad de, si bien no eliminar por completo, al menos sí reducir significativamente el consumo de carnes que atentan contra el medio ambiente y el uso sostenible de recursos naturales y energía, considerando también la creciente demanda de productos de carne que se espera se duplique para el año 2050.